viernes, 4 de marzo de 2011

Benigno. Capitulo 5. Corte 5.


Entramos hacia el fondo de la tienda y nos sentamos en un enorme tresillo que sirve de “patio de butacas” de un gigantesco acuario. Los peces que aquí hay son raros, muy extraños pero me siento bien observándolos.
Si tuviese costumbre de beber, me pondría una copa. Si tuviese ese hábito y no fuesen las ocho de la mañana. Me serviría una ginebra Broockmans con tónica Fever Tree en una copa de balón con mucho hielo y un par de grosellas flotando entre los cubitos. Una vez le oí comentar esa receta a un tipo en el restaurante. Hablaba de que esta copa era ideal para momentos de relajación. A mi me pareció muy refrescante.
Me siento bien y pierdo la noción del tiempo. Me duermo.

-       Son las nueve y media Benigno – Me susurra Aurora al oido.
-       ¡Ah si! Debo irme – respondo sobresaltado.
-       Puedes venir cuando quieras.
-       ¿Cómo?
-       A ver los peces – aclara ella.
-       Ah claro, los peces.
-       ¿Cuándo me quedé dormido?
-       Mientras te hablaba de la vida de los peces.
-       Vale – afirmo dando su respuesta por lógica.

Me despido con somnolienta cortesía y salgo por la puerta sin apenas tiempo para pensar en el hecho de que esta mujer también conoce mi nombre sin que yo se lo haya mencionado. Exactamente igual que el señor Chang.
Busco un autobús que me lleve al restaurante. El número setentaydos aparece por el fondo de la calle y ese me acerca bastante. Al poco de montarme en el bus caigo en la cuenta de que lo he cogido en sentido contrario. Me va a dar una buena vuelta, me llevará al puerto y a la Malvarrosa y sólo entonces regresará hacia el centro.
Bueno, qué más da. Tengo tiempo y realmente el paisaje de la playa siempre me ha gustado.
Discurrimos entre los últimos juerguistas que abandonan los afterhours, prostitutas que frecuentan los lindes del tranvía y otros que inician su jornada.
Empieza a cegar la luz. Esta “campanilla” mediterránea le va ganando el terreno poco a poco al amanecer de pólvora y fuego fallero que domina este lugar las cuatro estaciones del año.
Llega mi parada, atisbo el coche de la encargada en el parking. Perfecto, le preguntaré sobre cómo localizar a la de recursos humanos y la llamaré. Le diré que lo he pensado mejor, que ayer anduve con fiebre y no sabía muy bien lo que decía y bla bla bla bla.
Dios santo, voy montado en un caballo desbocado y no me doy cuenta.
Esta mañana he estado sentado al lado de una desconocida en un bar, luego me he relajado viendo peces tropicales mientras esa mujer me hablaba. Me he relajado tanto que me he quedado dormido. Si ahora mismo fuese capaz de comerme una paella, según la doctora Orbegozo estaría prácticamente curado. La pregunta es; curado de qué.

1 comentario:

  1. este capítulo me ha dado hambre de más.
    muy bueno!

    por cierto, dónde puedo alquilar un caballo desbocado?

    ResponderEliminar