martes, 1 de marzo de 2011

Benigno. Capítulo 5. Corte 3.

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            Como no sé dónde ir. Entro en un bar de los que abren por la mañana muy temprano. Una de estas cafeterías pensadas para los que inician su jornada laboral cuando todavía es de noche.
            El neón luminoso de color azul no ofrece lugar a  la duda, “El madrugón”. Debe haber dentro unos tres o cuatro parroquianos, todos hombres, todos ensimismados en un televisor que cuelga de una estantería que aún conserva parte de los adornos navideños.
            Me siento y pido un café con leche. El camarero, un hombre obeso de mediana edad con una camisa blanca llena de manchas de sudor, no dice nada. Se empesa en las palancas de la cafetera “la mondiale” y comienza a oler a café.
            Antes de que me de cuenta tengo un perfecto café con leche delante de mí. Calentito pero no hirviendo, con un dedo de espuma de leche.
-       Café Olé – dice mirándome fijamente -  Un euro por favor.

Y ahí se queda, a la espera. Parece claro que en esta casa se paga al instante. Este horario hace coincidir a los trabajadores tempraneros con aquellos que trasnochan, incluidos gentes de mal vivir y señoras que fuman.
Suena la puerta, un leve tintineo tras de mi. Alguien ha entrado en la cafetería. Una mujer de unos cuarentaitantos años, morena, con el pelo recogido en moño en la nuca.
Se sienta junto a mi en la barra. Todo el bar para ella y se tiene que sentar justo a mi lado. No pide nada pero el camarero inmediatamente le sirve un café sólo muy corto con sacarina y un vaso de agua. Coge el periódico del día anterior y lo hojea sin demasiado interés. Lo mira sin leer nada en concreto. Lo escudriña por encima de sus gafas de pasta pero nada llama su atención. Simplemente pasa las páginas.

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1 comentario:

  1. yo hubiera pensado lo mismo, tiene todo el bar para ella y tiene que sentarse a mi lado!!!

    llevo mal la compañía ;)

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