Noto como el sueño me va recogiendo en sus brazos. Es una sensación distinta a las veces que imaginaba lo de la furgoneta. Es mecerse en un sueño bonito, como el día en que cambias las sábanas y todavía huelen a suavizante Vernell. Como esas noches que cambias las sábanas de la cama y te acabas de duchar, y todo huele a limpio. Como si la cama fuese la alfombra roja de un festival de cine… el de Venecia.
Esa es la idea, algo limpio y con esto me duermo, muy, muy profundamente.
Espero y espero al oriental, pero no quiere sonar. Necesito levantarme antes de lo habitual. Me visto con la ropa que suelo usar los domingos y entonces caigo en la cuenta.
Ayer cuando llegué a casa por la tarde, y me encontré a mi sobrina, llevaba puesto el uniforme del trabajo. Es prácticamente imposible que Julia no se diese cuenta de que su tío el “superchef” venía vestido como un empleado de hamburguesería. ¿Por qué no se habría dado cuenta? Acaso está ciega. Y, ¿Ángela? Tampoco se percató. No le encuentro explicación, ninguna.
Me termino de vestir y salgo a la calle. Sin hacer la gimnasia sueca, sin supervisar mi aspecto… Salgo así, por las buenas.
Realmente no sé muy bien hacía donde dirigir mis pasos. Es muy temprano y hay una luz rojiza muy tenue que se mezcla con los tonos malvas del amanecer.
El aire parece más limpio de lo habitual, más fresco, como si nadie lo hubiese respirado antes que yo.
Tengo mucho tiempo hasta que abra el restaurante y de este modo poder solventar los aspectos económicos de mi proyecto.
He decidido aceptar la oferta de la chica de recursos humanos. No pasa nada por prestar mi imagen para esas vallas publicitarias. Al fin y a la postre nadie me conoce. La única persona que no me gustaría que me viese no puede ver, asi que …
No sé muy bien cuanto ofrecen por esa campaña pero seguro que suficiente, unido a mis ahorros, como para empezar. Por lo menos comenzar.
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