viernes, 4 de febrero de 2011

Benigno. Capítulo 2. Último corte.

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Esa era la melodía que solía acompañarme de camino al río Turia mientras bajaba la calle Colón. El autobús treinta y dos ponía fin a aquella sintonía en mi cabeza. Jamás comenté esto a la doctora. Esto hubiese supuesto al menos, un año más de terapia, lo que viene siendo medio millón de las antiguas pesetas.
Recuerdo aquellos bonobuses de cartón que perforaba una maquinita ubicada a la derecha del chofer. Siempre me pregunté si a aquella pequeña “controladora” le hubiese dado lo mismo perforar cualquier tipo de cartulina. Al tiempo los cambiaron por unos con banda magnética. Alguien pensaría lo mismo que yo, lo cual me produce siempre cierta  extrañeza. Paradojicamente  el pensar que otros elucubran cosas parecidas a lo que pasa por mi cabeza, no me gusta, me intranquiliza.
Solía tomar el treinta y dos para recoger a Rosa en la facultad de Filosofía y Letras. A las siete de la tarde terminaba su clase de estética. La mayoría de los días me contaba cosas de sus estudios. Cosas que a mi me gustaba oír, aunque la mayoría de las veces no entendía.
Una vez me habló durante una tarde entera de un tal Slavoj Zizej y un libro llamado “Órganos sin cuerpo“. Al final de aquella conversación no sabía nada distinto de lo que podía conocer al principio de la misma. Pero solamente el hecho de que Rosa me lo contase, me hacía sentirme importante. No mucho más que aquella hormiga afónica, pero me hacía sentir distinto.
El sexo también me hacía sentir distinto. No es necesario que explique que Rosa fue mi primera experiencia. A mi me gustaba hacerlo con ella. Pero acababa por ocurrir, a mi me faltaba algo y ella lo percibía.
Uno de estos días Wittgenstein no fue suficiente  como tema de conversación y Rosa decidió pensar en el futuro. Quería  que nos planteáramos casarnos y tener hijos, no ahora, más adelante.
Aquello era un bonito proyecto, pero a mi me quemaba, me quemaba en las manos y acabó por quemarme las patatas. Aquel día la freidora del restaurante lamentó haberme conocido. Quemé las patatas fritas, quemé las alitas de pollo a la barbacoa y el antiguo encargado me mando a casa pensando que tenía fiebre.
Supongo que el miedo es la otra cara del deseo, pero mi moneda no gira. Al día siguiente lo dejé con Rosa. Tal vez si aquel día no hubiese quemado las patatas, hoy sería el padre de tres o cuatro falleros y falleras y cada domingo me pondría un delantal de cuadros rojos para ayudar a una hipotética suegra a preparar una paella.
No odio la paella, la dejo para el día en que pueda volver a saborearla. Naturalmente la doctora dijo que algún día volvería a comer paella, o por lo menos no me resultaría complicado hacerlo. O por lo menos pasarme al arroz abanda.

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6 comentarios:

  1. ¿Le pudo el miedo al deseo?

    La terapia no le fue muy bien entonces...

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  2. Gracias por compartir las aventuras de Benigno.
    La representación de Rosa y Benigno es simplemente maravilloso.
    Abrazo

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  3. no hay espacio vacío en un abrazo,
    pero nadie se mira

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  4. Hola Lara, pero qué cantidad de novedades acabo de descubrir hoy, que he tenido tiempo para leer tu blog. Sí, empecé con el habitual y éste me llevó al que te estoy escribiendo ahora.
    Mientras estaba disfrutando, con mucho frío por el país vasco, has entrado cantidad de posts (no sé si se dice así). Hoy domingo, me he entretenido contemplando y leyéndolos.
    Noto que disfrutas... quizás más escribiendo que pintando. Digo: quizás. Las pinturas son un poco retorcidas, hechos con las tripas como dice la genial Emebezeta. Eso sí, con bellísimos colores. Algunos de una extraordinaria belleza.
    Ya sabes que me tiran más los dibujos tipo bocetos o algunos figurativos que has bajado al blog con los que he gozado viéndolos... estos no salen de las tripas...
    Soy muy clásico! Qué quieres que le haga?
    Bueno, ya me he leído todos los capítulos de Benigno y aunque la historia sea de un personaje bastante vulgar, me gusta la forma en que describes sus situaciones. Siempre acompañados con atractivos dibujos.
    Ahora tendremos dos blogs para seguir.
    Un abrazo.

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  5. Estupendo, la pintura escribe y habla al mismo tiempo, la escritura dibuja y describe las imagenes que uno imagina al leerlas.
    Saludos Lara.

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