miércoles, 2 de febrero de 2011

Benigno. Capítulo 2. Corte 4.

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La verdad es que pagarle me daba ciertos derechos, entre ellos que alguien me aguantara unos cuarenta minutos seguidos.
Siempre que salía de la consulta de la doctora Orbegozo me encontraba distinto. No podría decir que me sintiese mejor, distinto es la palabra. Como si esperase que algo ocurriera. Pero realmente nada ocurría. Al día siguiente el “oriental” volvía a sonar y mi cerebro buscaba la tabla de gimnasia sueca, como un fumador que busca su primer pitillo del día.
Empecé aquella terapia como una persona supuestamente normal con ciertos problemas de relación, y me acabé convirtiendo en una especie de barco errante en un mar sin rumbo y sin norte.
Aún así la doctora Orbegozo fue durante muchos años mi único punto de contacto con mi yo interno. Me gustaba su estilo trasnochado y decadente. Me gustaba imaginarla fumando aquellos cigarrillos Winston ciento veinte extralargos. Y sobre todo, y en la actualidad sigo sin saber porqué, me gustaba la cancioncilla que sonaba en mi cerebro cuando terminaba la sesión.
En cuanto le dejaba el dinero encima de la mesa, hecho que ella ignoraba deliberadamente  aunque anhelaba desde que entraba en su despacho, arrancaban las notas de “summer in the city”, de Lovin´ Spoonfull, no la versión de Joe Cocker. Fijate tu que cosas.


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2 comentarios:

  1. No comenté nada sobre las pinturas que acompañan el texto. Preciosas!!
    Gracias por el relato.
    un abrazo

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  2. Si salía con esa canción, salía bastante eufórico

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